XiI.- RELIGION Y MORAL

Bizkaitarra, órgano de prensa del nacionalismo vasco en el cual se publicaron los artículos anteriores, apareció por última vez el 5 de septiembre, con su número 32, en el cual se publicó el artículo titulado "La invasión maketa en Gipuzkoa", de Engracio de Aranzadi, que supuso su clausura.

El periódico Bizkaitarra, de esta manera, no pudo superar la primera ola represiva de las autoridades españolas contra el naciente nacionalismo vasco, ocurrida en septiembre de 1895. Como consecuencia de la cual también fue cerrado, por orden gubernativa, Euskeldun Batzokija, procesados sus miembros y encarcelados los componentes de su Junta Directiva.

Dos años después, el 2 de mayo, apareció un nuevo periódico nacionalista en Bilbao, con el nombre de Base´ri-ta´ra. En su número once, publicado el 11 de julio de 1897, se incluyó el siguiente artículo de Sabino de Arana, titulado "Efectos de la Invasión", (1) sobre el que Engracio de Aranzadi diría años más tarde:

"Es del 5 de julio de 1.897 una larga carta que Koldobika me escribía (...) anunciándome que escribía a D. Vicente de Monzón, interesándole noticias sobre un desgraciado suceso en el que el P. Ibarguren, jesuita, acreditó su extraordinario celo ante el público de Bergara, suceso que movió a Sabino a publicar su mejor trabajo, a mi entender, dándonos a conocer el porqué del nacionalismo vasco; (...) Ese mismo trabajo, a que acabamos de aludir, rotulado "Efectos de la Invasión", que ocupa tres planas del número 11, correspondiente al 11 de julio del 97, había de bastar para inmortalizar "Baserritarra"; porque vale el sólo, más que todas las obras de carácter político vasco publicadas hasta ese día." (2)

"Efectos de la Invasión", uno de los artículos de Sabino de Arana en los que mejor se muestra la importancia sustancial que la religión católica tenía en su pensamiento, consta de dos partes claramente diferenciadas.

En la primera se realiza la exposición referida del significado del nacionalismo vasco, a los cuatro años del inicio de su actividad política, en la que se considera como uno de sus principales objetivos la conservación del carácter moral del pueblo vasco, puesto en peligro, en opinión de Sabino de Arana, por la fortísima inmigración española.

Resulta muy destacable, este año en que se cumple el quinto centenario de la llegada de Colón a América, la opinión que Sabino de Arana, cuando se acababa de cumplir el cuarto, expuso en una de sus notas acerca del proceso de colonización de ese continente por los europeos. Negando, como en otros textos suyos, con una gran claridad de ideas para un hombre de su tiempo, la justificación "cristianizadora" de la conquista de América.

En la segunda parte de "Efectos de la Invasión" se aborda el caso de un conflicto ocurrido en Bergara a causa de una polémica sobre el tipo de bailes a ejecutarse en su plaza, que culminó con desórdenes públicos y la autoflagelación de un jesuita.

Esta cuestión, que giraba en torno a la no aceptación por Sabino de Arana y sus seguidores del baile "agarrado", una de las nuevas costumbres traídas al País Vasco por el referido proceso de inmigración, transcendía en mucho de la mera mojigatería y el puritanismo con la que muchos autores han calificado a los primeros nacionalistas vascos.

Se trataba de la expresión, en un aspecto tan importante de la vida pública como son la fiesta y el baile, de la lucha de dos culturas. La vasca, que resistía, y la foránea, que llegaba, se extendía y se imponía.

Tanto como en contra de la novedad del baile "agarrado", los nacionalistas vascos actuaron en favor de la conservación del folklore propio, que veían, como de hecho ocurría, que poco a poco se iba perdiendo. Como se perdían también el resto de las características nacionales vascas.

Tampoco debería desligarse de este conflicto los que también se desarrollaban en torno a las fiestas y los actos públicos, con motivo de la interpretación por las bandas de música de piezas como la "Marcha de Cádiz", que eran pedidas por el sector del público que se identificaba con el nacionalismo español, o como el "Gernikako Arbola", que eran solicitadas por el que lo hacía con el nacionalismo vasco. Registrándose en esta época numerosos incidentes con este motivo.

No ver en estos conflictos nada más que un exceso de puritanismo, que tampoco se puede negar, desde la mentalidad actual, que es cierto que existía, entiendo que no permite comprender la realidad de algo mucho menos simple, como era la lucha entre dos culturas nacionales.

"EFECTOS DE LA INVASION

Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra amada Patria, ninguna tan terrible y aflictiva, juzgada en sí misma cada una de ellas, como el roce de sus hijos con los hijos de la nación espola. (3)

Ni la extinción de su lengua, ni el olvido de su historia, ni la pérdida de sus propias y santas instituciones e imposición de otras extrañas y liberales, ni la misma esclavitud política que hace más de once lustros padece, la equiparan en gravedad y trascendencia.

¿Qué es el idioma patrio, en sí mismo considerado, más que un simple signo con que los miembros de una nación se comunican entre sí sus ideas y sus afectos? Suprimido él y reemplazado por otro, puede en absoluto esa nación encaminarse a su fin.

¿Qué es la historia patria, en sí misma apreciada, sino un cuadro en el cual a un pueblo se le muestra su pasada vida y se le enseña la manera de evitar el mal y obtener el bien en su esfera interna y en sus relaciones con los otros pueblos, y un testimonio de los derechos que ya ha disfrutado? Olvidada por completo, puede muy bien ese pueblo conocer por otros medios la norma de su felicidad y los derechos que le asisten para obtenerla.

¿Qué vale el que determinadas instituciones sean las tradicionales y propias de una nación, si ésta no sabe si son ellas las que más le convienen para su fin y, sin preocuparse por esto, aspira a realizarlas? El solo hecho de haberlas gozado tradicional y aun originariamente no le da derecho a poseerlas: éste se anula desde el momento que su ejercicio dificulta la acción del pueblo en orden a su fin.

Y aun dado que las instituciones tradicionales de un pueblo sean las que más le convengan para cumplir sus fines, ¿qué importancia tiene el que se pierdan y se sustituyan por otras que le sean perniciosas, comparado con las causas que inmediatamente extravían de su fin a las familias y los individuos de que la sociedad es mero compuesto? El gobierno y las leyes de un estado, sobre todo desde el punto de vista moral, muy a la larga influyen en la vida social del pueblo que lo constituye: las relaciones sociales, en cambio, inmediatamente ejercen su influencia. Familias hay aún, afortunadamente, en Euskeria que, a pesar del gobierno y legislación liberales a que, por su esclavitud política están sujetas desde hace más de medio siglo, todavía no han sentido sus efectos y conservan la prístina pureza en su carácter y sus costumbres. De la misma manera el pueblo español, no obstante los largos siglos en que ha gozado de gobierno y legislación católicos, siempre se ha resistido a su benéfica influencia, siempre ha permanecido irreligioso e inmoral, de suerte que este su actual carácter no puede atribuirse en manera alguna al gobierno y legislación liberales que al presente le rigen, sino que éstos así le encontraron. En España la virtud caminaba, pues, de arriba abajo, del gobierno al gobernado, de la ley a la costumbre, del poder al súbdito; en Euskeria, por el contrario, se transmitió de abajo arriba, del pueblo al gobierno, de la costumbre a la ley, del ciudadano al poder del estado. Por eso allá no debe buscarse la religiosidad y la moralidad en el campo, sino en las ciudades, y ordinariamente en tanto mayor grado carecerá de ambas virtudes una familia cuanto más apartada de aquéllas se encuentre; por eso acá id a buscar la probidad en las montañas, en los extraviados caseríos, que cuanto vías de comunicación más fáciles toméis y más os acerquéis a las poblaciones, tanto más cargada de miasmas habréis de hallar la atmósfera social.

Ni ¿qué valor tiene, por último, la independencia política, aisladamente mirada, si ella en sí misma no es indispensable a la felicidad de los pueblos, antes bien su pérdida es, no sólo compatible, sino necesaria muchas veces a su consecución? Cierto es que así como los pueblos virtuosos pueden, y aun deben muchas veces, adoptar las formas más democráticas y libres en su constitución; así también hay naciones que pueden, y aun deben en muchos casos, mantener o alcanzar su independencia para ordenarse a su fin. Pero no es menos cierto que así como hay pueblos que, exentos de virtudes suficientes, deben someterse a un poder tanto más absoluto cuanto mayor sea su ineptitud para regirse; así también hay estados que, incapaces de proporcionar a sus miembros los medios necesarios para dirigirse a su fin, sólo sometidos a poder extraño podrían procurárselos. (4)

Nada importa, pues, la extinción de nuestra lengua; nada, el olvido de nuestra historia; nada, la pérdida de nuestras propias y santas instituciones y la imposición de las extrañas y liberales; nada, esta misma esclavitud política de nuestra Patria; (5) nada, absolutamente nada, importa todo eso, en sí considerado, al lado del roce de nuestro pueblo con el español, que causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón, apartamiento total, en una palabra, del fin de toda humana sociedad.

Las virtudes católicas de los gobiernos y legislaciones que ha tenido España en los pasados siglos no consiguieron llegar al pueblo antes de trocarse por los vicios liberales; las virtudes de la familia euskeriana pudieron comunicarse a sus gobiernos y sus leyes antes del día de su esclavitud: pero ya hoy, perdida su independencia, y con ella sus leyes y gobierno propios, borradas han quedado las fronteras que la apartaban de la familia española, rota y deshecha la barrera que a una de otra separaba y establecida la íntima comunicación de ambos hogares; y en el solar de la familia euskeriana penetra la española a título de amiga, y de amiga pasa luego a pariente, y con la confianza que la amistad y el parentesco inspiran se hablan sin recelos sus inteligencias, se comunican sus corazones, se compenetran sus espíritus; y el criterio extraviado vence y ahoga al buen sentido moral la malicia a la bondad, a la verdad el error, la corrupción a la pureza la vileza a la dignidad, el vicio a la virtud, el mal al bien; y el mal sienta sus reales en nuestras poblaciones y desde ellas extiende sin tropiezos sus conquistas, y transpone los ríos y se extiende por los valles y penetra en los barrancos y trepa las laderas, y ya la familia euskeriana, acosada y estrechada por la impetuosa invasión, va viendo perecer, arrollados en el inmundo torbellino, a todos sus hijos, no quedándole ya libre del general naufragio más que la cumbre de sus más altas montañas, cuna de nuestra raza.

Y muerto y descompuesto así el carácter moral de nuestro pueblo, ¿qué le importa ya de sus caracteres físicos y políticos? Si hoy con la invasión española coexistieran éstos, y nuestra lengua, en vez de desaparecer rechazada por la extranjera, fuese adquirida y usada por el invasor, y no hubiese euskeriano que no conociera la historia de su Patria, y Euskeria gozase de sus instituciones tradicionales y estuviera cristianamente legislada, y no padeciese infamante yugo sino disfrutase de la independencia política más absoluta, pero el hijo de España fuera cual hoy considerado como hijo de una misma sociedad y hermano, y como hermano y conciudadano fuese recibido en el hogar de Euskeria, ¿qué valor tendría todo aquello al lado del carácter social naturalmente religioso y moral del euskeriano, que, a pesar de todo, habría de corromperse, realizada la simultaneidad que suponemos, al contagio del carácter social del español, naturalmente impío e inmoral? ¿Qué le importaría de todo ello a Euskeria, si a pesar de su lengua nacional, y del general conocimiento de su historia, y de sus propias instituciones, y de su libertad política, y aun del catolicismo de su gobierno y legislación, sucumbía en la esfera social, viciándose sus costumbres y pervirtiéndose sus hijos? ¿De qué le aprovecharía su antigua y bella lengua, ni el recuerdo de su historia, ni sus sabias instituciones, ni su independencia política, ni su católica legislación siquiera, si ya, antes de sentirse los resultados de ésta, el roce íntimo y fraternal dé la sociedad española descarriaba las inteligencias de sus hijos, podría sus corazones y mataba sus almas?

Para el hombre, sólo una cosa hay importante: la salvación de su alma; la cual principia en la Sangre de Cristo, se confirma por los actos de la voluntad libre y se integra y complementa perpetuándose en la eternidad. Si de ella se le aparta y se le priva ¿qué le queda, si no es la eterna desesperación por no haber llegado al Sumo Bien que era su fin, al cual eterna y fatalmente estará tendiendo con ímpetu insufrible e invariable y con la certidumbre de nunca jamás poder alcanzarlo? En tanto, pues se perfeccionará el hombre en este mundo, en cuanto procure llegar a la consecución de su fin: luego la perfección de la inteligencia humana consiste en el claro y completo conocimiento de los deberes en orden a ese fin; la perfección de su libre voluntad, en cumplirlos. Tras el sepulcro, de nada vale el talento, de nada valen los conocimientos científicos que se hayan adquirido en este mundo: sólo vale el conocimiento que se haya tenido de los propios deberes: el temor de Dios, dijo el Sabio, es el principio de la sabiduría; y el perfecto conocimiento de su Voluntad, se puede añadir, es su complemento. Asimismo, después del tiempo, el haber obedecido en él a las viciadas inclinaciones de la caída naturaleza humana, sólo le servirá a la voluntad de motivo de aflicción y tortura y de un arrepentimiento ya extemporáneo e inútil, mientras que tanto más será glorificada cuanto más energía haya tenido que emplear en el cumplimiento de los deberes. Aquí abajo quedan las ciencias, las artes y las letras; aquí se dejan los objetos de la concupiscencia. ¿Qué más le da al hombre vivir un solo día como cien años, si los años se componen de días, y al fin todo perece y se extingue? Cierto es que si los hombres mueren, la sociedad permanece, porque nacen otros que los sustituyen; pero también es cierto que ni aun esta sociedad tiene carácter de permanente y estable y podrá perpetuarse, pues la misma razón nos dice que lo que empieza acaba, y las mismas ciencias físicas nos enseñan que en la naturaleza, mientras el Creador no la deje de su mano conservadora para que vuelva a la nada, nada nuevo aparece ni nada se pierde, pero todo está sujeto a una no interrumpida transformación, y que, en virtud de ésta, la tierra que habitamos ha de verse un día privada de los agentes que sostienen la vida de los seres que la pueblan. Si, por otra parte, el hombre, ser inteligente y libre y que, por esta razón, concibe la existencia de un bien sumo y eterno, de un bien perfecto, y necesariamente se siente inclinado a poseerlo, no pudiera alcanzarlo, no habría orden en el universo, no habría providencia, no habría Dios. Luego el hombre nace, para llegar a esa perfecta felicidad; y vive acá abajo, para conocer lo que debe cumplir en orden a ella y para cumplirlo.

Si, pues, la sociedad política no es más que un compuesto de familias, y la familia un compuesto de hombres, es claro que ni la sociedad política ni la familia pueden tener más fin que el de facilitar al hombre la consecución del suyo; y si además el fin por sí mismo implica esencia y necesidad, nada que no sea procurarle al hombre el conocimiento y el cumplimiento de sus deberes podrá constituir fin de la sociedad o de la familia, y todo lo que a ello no tienda deberá ser mirado como mero accidente, aditamento y añadidura si no lo dificulta, y evidentemente como extravío y desorden si lo entorpece.

La sociedad euskeriana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está, pues, apartada de su fin, está perdiendo a sus hijos, está pecando contra Dios.

No insultamos al pueblo español, no intentamos ofender a nadie: sólo queremos salvar a nuestra Patria. Somos hijos de una raza desgraciada, somos miembros de una extraviada sociedad, y estamos en el deber de encaminar a su fin a la sociedad en que vivimos y de procurar la felicidad de la raza a que pertenecemos: y para encaminar a su fin a nuestro pueblo, hemos de enseñarle el único camino, y para que pueda conseguir su felicidad, hemos de mostrarle su actual desgracia y señalarle la causa. Y si publicamos la degradación del carácter español, es porque el euskeriano vea en su roce con ese pueblo la causa de su rebajamiento moral, y si afirmamos la independencia de nuestra raza, la afirmamos como necesaria e ineludible para evitar el mortal contagio y salvar a nuestros hermanos, a nuestra familia, a nuestra Patria.

La material inmigración del pueblo español en Euskeria ningún daño moral o muy poco considerable acarrearía, en efecto, si el español no fuera recibido acá como conciudadano y hermano sino como extranjero. Fuese independiente Euskeria, y, aparte de que el número de españoles que aquí inmigrasen sería muy contado, los que vinieran vendrían como extranjeros y, como extranjeros, estarían siempre aislados de los naturales en aquella clase de relaciones sociales que más influyen en la transmisión del carácter moral, cuales son el culto, las asociaciones, la enseñanza, las costumbres y la amistad y trato: y entonces esa separación sería tan marcada como la que ordinariamente existe entre los naturales y ciudadanos de un país y los extranjeros, cuando, ya independiente Euskeria, legislase en los primeros tiempos de su libertad y restauración como fuese necesario para borrar de raíz los desastrosos efectos sociales de la pasada dominación española y aun aquellas influencias de la misma tan sólo indiferentes.

Es, pues, de todas suertes innegable que el euskeriano no puede, sino muy difícilmente, alcanzar su último fin, ni puede la sociedad euskeriana cumplir el suyo, ni puede salvarse nuestra raza, mientras se encuentre sometida por España. Así lo dijo Bizkaitarra respecto de Bizkaya y debe entenderse lo mismo de los demás antiguos estados de nuestra raza: Bizkaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica.

No es, no, el liberalismo del gobierno y las leyes actuales de la nación dominadora la causa inmediata y principal de la perversión de nuestro pueblo. No, y mil veces no. Multitud de españoles, repetimos, llegan a nuestra Patria sin haber sentido los efectos de aquel gobierno y aquella legislación, y sin embargo, multitud de euskerianos que tampoco aún los han sentido, pierden sus más bellas cualidades y se pervierten al contacto con los invasores. Los españoles que acá inmigraron pocos años después de la liberalización del estado español, nos trajeron el mismo carácter y las mismas costumbres que los que inmigran ahora. El mal no es, pues, reciente. El liberalismo teórico o doctrinal se aprende, porque es sistema moral y político; pero el práctico está en la misma naturaleza humana, empezó con el pecado original y está expreso en muchos, latente en todos: manifiesto está en el carácter y en las costumbres del español, y al contacto del hijo de España con el euskeriano, se enciende y manifiesta en éste y altera su carácter y sus costumbres.

Yerran, pues, los euskerianos católicos que piensan salvar a Euskeria uniéndola a España. La sociedad euskeriana se pierde en su roce con la española, y es preciso aislarla hoy en lo posible, para salvar a sus miembros, y para salvar a los venideros, aislarla mañana en absoluto por medio de la independencia política. El carlismo, el integrismo y el moderno regionalismo católico no podrán jamás salvar a Euskeria, porque desde el momento que establecen la íntima unión social del pueblo euskeriano con el español, se oponen a que aquél cumpla su fin, sirvan sus hijos a Dios y salven sus almas.

Pero es evidente que no sería bastante la independencia de Euskeria para que pudiese realizar el fin de facilitar a sus hijos la consecución del suyo propio: sino que además sería preciso que en su constitución interna se amoldase al mismo objeto, organizándose con gobierno, instituciones y leyes que al mismo fin tendieran, y basándose al efecto en lo fundamental de su tradición, la cual, como informada en los principios religiosos y morales de la Iglesia Romana, es ya verdaderamente santa, y además, por lo mismo que es tradición y producto del carácter en nuestra raza, la constitución que más entre todas se le acomoda. Y es oportuno prefijar desde luego cuáles son la Religión y la Moral en cuyos preceptos hubiesen de informarse nuestras instituciones, porque si actualmente no hay más que un partido nacionalista, que es por fortuna íntegramente católico y el único que puede derivarse de nuestra tradición política, no sería imposible, sino muy fácil, dado el actual relajamiento, que el día que la idea de la separación material de España se propagase en nuestro pueblo, surgiera, inspirado por las infames logias, algún partido que, con capa de patriotismo, pretendiese liberalizar nuestra constitución y el carácter social de nuestra raza, y fuese por lo tanto no ya nacionalista, pues carecería de derecho su bandera, sino verdaderamente separatista y más enemigo de Euskeria que la misma España.

Salvar a nuestros hermanos, proporcionándoles los medios adecuados para alcanzar su último fin: he ahí el único y verdadero del nacionalismo. Si, pues, éste trabaja por desarrollar nuestra lengua nacional y por difundir el conocimiento de nuestra historia patria, sólo para ese fin trabaja: y aun la misma independencia, con la realización del mismo santo lema Jaun-Goikua eta Lagi-Za´ra (que para Bizkaya proclama, pero que ha de ser en sustancia el de todos los estados hermanos), no tiene más valor que el de simple medio, si bien ya último y necesario, para el mismo fin. Y respecto de los procedimientos, ningunos más sencillos y lícitos que los suyos: propaganda y asociación hoy; mañana, lo que a la actitud de España corresponda.

¿Hay otra causa tan noble y santa como la nuestra? ¿Hay otra a cuyo triunfo en Euskeria le sea permitido al católico aspirar? ¿No es ella la digna causa que a todo euskeriano obliga reclamándole el concurso de que sea capaz? Y no cabe alegar razones de imposibilidad: si la causa es justa, y sobre justa, necesaria, como único remedio de un gravísimo mal moral, Dios nos manda servirla, y lo que Dios manda no es nunca inútil o imposible: queramos todos los euskerianos, traduzcamos en obras nuestros deseos y Dios nos protegerá y nuestra Patria será libre y dichosa.

Mas no contrarresten e inutilicen nuestro esfuerzo y nuestra acción, ¡por Dios se lo rogamos!, nuestro Clero y las Ordenes Religiosas que en nuestra tierra se hallan establecidas. Medítenlo seriamente y habrán de comprender cómo el roce del pueblo euskeriano con el español corrompe a aquél, y cómo, por tanto, están uno y otras en el ineludible deber de trabajar en todos los órdenes por evitarlo en lo posible. No pretendemos que apoyen la política nacionalista; que nuestro partido ni aún recibe como afiliados a sacerdotes: únicamente les pedimos respetuosamente no nos combatan; les suplicamos prediquen sólo el Evangelio, no prediquen la sumisión a España; y limitámonos a señalarles el roce con el pueblo español como causa de una gran desgracia moral por todos conocida y a pedirles procuren atajar la perniciosa infección. Se trata de salvar almas: perecen las de nuestros hermanos... ¡Ay de aquel que de obra, de palabra o por omisión coopere a ello!

Y entendedlo bien: si en las montañas de Euskeria, antes morada de la libertad, hoy despojo del extranjero, ha resonado al fin en estos tiempos de esclavitud el grito de independencia, SOLO POR DIOS HA RESONADO.

Un hijo del estado euskeriano hoy más azotado por la invasión, y natural del más invadido pueblo de él, un oscuro bizkaino, fue quien dio el grito: cierto. Mas no miréis si el que lo dio era seglar o autoridad eclesiástica, ignorante o sabio, pobre o rico, joven o de edad madura.

No preguntéis quién ha dado la voz. Es la voz de la razón y la justicia, y esto debe bastaros.

* * *

Si los pocos avisados quieren formarse idea de la impiedad y la relajación moral que, por efecto de la influencia social de España van cundiendo en nuestro pueblo, paren su atención en los dos sucesos que a continuación narramos.

Nos cuenta El Aralar que en Pamplona fue hace poco públicamente apedreado un Santo Cristo. Sentimos no conocer los detalles de la sacrílega infamia y los nombres de sus autores.

Y de El Fuerista, de San Sebastián, del sábado 3 de los corrientes (número 2.797), copiamos la siguiente horrorosa relación:

(Escrito y compuesto ya el artículo que como primer editorial publicamos en el número de ayer, tuvimos ocasión de enterarnos de los sucesos de Vergara que en el mismo comentamos).

Según nuestros informes, encontrábase en dicha villa el R. P. Ibarguren, de la Compañía de Jesús, celosísimo religioso cuyo espíritu de penitencia y mortificación son admirados de cuantos lo conocen. Baste decir que en sus sobrias conversaciones, no habla más que de Dios y de la salvación eterna de las almas. Su frugalidad es extraordinaria; durante los días que ha estado en Vergara se alojaba en el Hospital o Casa de Beneficencia, y no consentía que se le dispensara otro trato que el mismo de los asilados, de los que no ha querido diferenciarse absolutamente en nada. (6) Sus sermones, a pesar de hallarse desprovistos de las galas de la oratoria humana, producen admirables efectos de conversión y de santificación; llevan consigo la mejor de las elocuencias: la que les comunica, por modo extraordinario, la gracia divina.

No es, pues, de extrañar que los católicos de Vergara estuvieran admirados de los frutos obtenidos por la labor apostólica del joven jesuita, cuya sola presencia revela un espíritu de mortificación y de penitencia, que de buen grado ensalzaríamos, si no temiéramos ofender su modestia; y era también muy puesto en razón que el Apostolado de la Oración, a cuya iniciativa se debían los actos religiosos dirigidos por el P. Ibarguren, viendo la proximidad de las fiestas de San Pedro, procurase que no se dieran en ellas los escándalos que son frecuentes en tales casos.

De aquí que las piadosas señoras que constituyen dicha Asociación elevaran al Ayuntamiento una instancia en súplica de que la Autoridad local impidiera, por los medios que la ley le confiere, los desórdenes del baile en la vía pública; siendo de advertir, y lo consignamos con profunda pena, que según se dice, invocándose el testimonio de personas nada escrupulosas, en ningún pueblo de la provincia se ve en los bailes tan poca corrección –no queremos emplear frase más expresiva– como en los que entre ciertas gentes se presencian en aquella villa.

El Alcalde de Vergara, atendiendo al noble deseo de lo más selecto y distinguido de la villa, publicó un bando encaminado a evitar y reprimir los aludidos excesos. Pero una parte de la gente joven, contrariada con aquella determinación, tomó la de no presentarse en la plaza y se fue con la música a otra parte, al Espolón, donde bailó a sus anchas, durante toda la tarde; hasta que al anochecer se le ocurrió invadir el baile público, por el gusto de infringir el bando municipal y armar un escándalo. En efecto: sus actos dieron lugar a que se suspendiera el tamboril, conforme estaba prevenido, para el caso, en aquella disposición. Los perturbadores empezaron a silbar y alborotar profiriendo gritos contra la inquisición (¡!) y a favor de la libertad y de algo más que las autoridades podrán esclarecer. En su demagógico arrebato no respetaron tampoco a las señoras, que en gran número salieron a los balcones a oír el alboroto, insultándolas en términos groseros e impropios de gentes bien nacidas.

Pero, sobre la infracción del bando, en desprecio a la autoridad y la incorrección de los manifestantes, había algo más grave todavía: el quebrantamiento del orden moral, la infracción de la ley cristiana, en una palabra, la perpetración pública del pecado. Y el celosísimo misionero, que no podía mirar con indiferencia aquellos excesos, que se creía obligado a predicar no sólo con la palabra sino con el ejemplo, que deseaba ofrecer pública penitencia en reparación de los públicos ultrajes, y satisfacer culpas ajenas con propio castigo, se presentó súbitamente ante la multitud, y con un heroísmo verdaderamente admirable, hincó sus rodillas en tierra, y azotó sus carnes, desnudas las espaldas, recia y despiadadamente, hasta brotar sangre, pidiendo A Dios perdón e implorando su misericordia para los que le habían ofendido. Tan edificante rasgo de celo apostólico, movió a compasión a muchas personas, arrodillándose algunas y llorando a lágrima viva ante aquel cuadro que recordaba y reproducía la virtud sobrehumana de los Apóstoles, de los Confesores y de los Mártires.

Los endurecidos corazones de los del grupo perturbador, lejos de inmutarse en presencia de aquel acto heroico, lo tomaron de él y se dieron a recorrer las calles vociferando con creciente furia. Hicieron más; ausente el Padre a instancia de algunos sacerdotes que le obligaron a retirarse, (7) temiendo alguna agresión más bárbara todavía, volvieron los manifestantes al lugar mismo en que se había dado aquel sublime ejemplo de edificación, y haciendo corro a quien les capitaneaba, celebraron la osadía y la irreverencia de éste, que quitándose la chaqueta, hacía la farsa de que se azotaba también las espaldas.) (8)

* * *

Entre la vergüenza y la indignación que nos ha causado la lectura de este relato, imposible nos es precisar cuál de las dos impresiones se ha ahondado más en nuestra alma.

¡Vergüenza para Be´rgara! ¡Vergüenza para Gipuzkoa! ¡Vergüenza para Euskeria toda!

¡Nunca hubiésemos creído que en el corazón de nuestra tierra se hubiesen de consumar ya en nuestros días hechos tan horrendos y vitandos que sólo en los anales de ciertos vandálicos pueblos suelen hallarse!

Pero ¿no hay católicos en Be´rgara? ¿No hay fe en sus hijos? ¿No hay ya siquiera dignidad? ¿No halló su Alcalde un grupo de vecinos que lo acompañara a reprimir el escándalo, mantener el honor del pueblo, defender la moral atropellada y proteger la virtud escarnecida, sujetando a aquellos salvajes y aplicándoles el condigno castigo? ¿No hubo en Be´rgara un solo cristiano, un solo hombre, que se atreviese a demostrar ser hombre y ser cristiano?

¿Quién dice caridad? Caridad es amar a Dios, y no ama a Dios quien no defiende su Ley y no da frente a los embates del infierno.

¿Prudencia? No somos nosotros, los seglares, soldados rasos del ejército de Cristo, los que debemos entender de prudencias y tenemos facultades para dar tregua al enemigo. Esto compete a los Jefes de la Iglesia: a nosotros, sólo nos toca combatir en todo momento y lugar en que la Cruz sea ultrajada.

Debemos perdonar cuantos agravios personales se nos infieran; pero los agravios a Cristo, no somos nosotros quién para perdonarlos: sólo en el confesionario se perdonan.

Si tal siguen las cosas aún en nuestra Patria, los cristianos tendremos que abrir nuevas catacumbas y encerrarnos en ellas, no ya por la persecución del enemigo y para custodiar los cuerpos de los mártires, sino por nuestra propia cobardía y para guardar nuestras inútiles personas.

* * *

Apenas llegada a la capital de España la noticia de lo ocurrido en Be´rgara, desatóse la prensa de allá en improperios y denuestos al Alcalde de esta Villa euskeriana, por su honrosísimo bando, desahogándose en prosa y en verso, y en forma de chistes de mal gusto, chistes impíos e inmorales, chistes, en fin, maketos.

Que unos periódicos que entienden de religión y de moral no más que el eunuco del Sultán de Turquía, crean que es religioso y pío el mofarse del heroísmo cristiano y honesto y decente el bailar abrazado con la pareja, nada absolutamente tiene de particular. Y de que a tal altura (permítaseme la perspectiva) llega su instrucción, bien pudiera certificarnos cualquiera de ellos, por ejemplo El Imparcial, el cual en uno de sus números de la última Semana Santa demostró que ni sabe que los cristianos no adoramos propiamente a símbolo ni imagen alguna, ni sabe que la Hostia consagrada no representa a Cristo, sino que es el mismo Cristo.

Pero que los tales papelones juzguen la cosa más natural del mundo que en un pueblo euskeriano se dance abrazado a la pareja, eso ya indica hasta desconocimiento de la geografía, cosa que aun en las escuelas laicas o librepensadoras, más o menos mal, se enseña. Porque si hubieran estudiado una miaja de geografía política y hubiesen tenido al estudiarla una pizca de sentido común, sabrían que al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez; y que al norte de este segundo pueblo hay otro cuyas danzas nacionales son honestas y decorosas hasta la perfección; y entonces no les chocaría que el alcalde de un pueblo euskeriano prohibiese el bailar al uso maketo, como es el hacerlo abrazado asquerosamente a la pareja, para restaurar en su lugar el uso nacional de Euskeria.

Ya que los periódicos maketos no quieren, pues, aprender el catecismo, estudien al menos un poco de geografía, que buena falta les hace, y así no desbarrarán con tanto desenfado y cinismo.

Verdad es que aún entonces quedaría en pie aquello de su lenguaje de que la cabra siempre tira al monte, como el maketo tira siempre al verde."


(1) Arana, S.: Op. cit., pp. 1.326-1.337. (N. del e.) ÙVolver

(2) Aranzadi, E., Ereintza: siembra de nacionalismo vasco. 1894 - 1912, pp. 55-56. (N. del e.) ÙVolver

(3) Conste que el adjetivo español empleamos en el sentido etnográfico, no en el político actual. Políticamente, todos sabemos que hoy y de hecho la mayor parte de los euskerianos somos españoles, para gran desgracia nuestra. Precisamente porque en lo político somos hoy y de hecho españoles, hay en Euskeria unas doctrinas políticas que se llaman nacionalismo y un partido nacionalista, es decir, que aspira (sin salirse de lo lícito) a que lo político se adapte a lo nacional y lo positivo a lo natural, y a que como España y Euskeria son dos naciones tan distintas y diferentes entre sí como Euskeria y Alemania y más distintas y diferentes que lo es Alemania de España, así sean tambien independientes entre sí en lo político. Etnográficamente, hay diferencia sustancial entre ser español y ser euskeriano, porque la raza euskeriana es sustancialmente distinta de la raza española (lo cual no lo decimos sólo nosotros, sino todos los etnólogos), y el concepto étnico no es jurídico, sino físico y natural, como relativo a la raza; de suerte que etnográficamente, los euskerianos no pueden ser españoles aunque quieran, pues para ser españoles tendrían que dejar de ser euskerianos: por eso, al decir pueblo español, nación española, no podemos comprender dentro de esta dicción al euskeriano, a no ser por supina ignorancia de lo más conocido en etnología, porque pueblo y nación son vocablos que se refieren a la raza, y no al derecho. Decir, pues, que el euskeriano pertenece al pueblo o a la nación española sería tan solemne disparate científico como desconocimiento de los hechos revelaría el afirmar que en el estado español no está hoy comprendido de hecho el pueblo euskeriano de aquende el Bidasoa: y es de creer no se nos obligue a prohijar un error científico tan craso, pues que sería querer coartar la natural e inevitable libertad de la razón y entorpecer el adelantamiento de las ciencias. ÙVolver

(4) La dificultad está en señalar en la práctica esos estados, y sobre todo estaría en designar un tribunal humano que decidiese. Sin duda que en este punto que incidentalmente aquí tocamos se padecen muy graves errores. Así, por ejemplo: suele afirmarse con bastante frecuencia y con mucha serenidad que la dominación española en América fue necesaria para cristianizar aquellas naciones, y nada hay más falso: lo que hicieron allá las turbas militarescas y aventureras que siguieron a Colón, fue robar impunemente, asesinar sin piedad a tribus que vivían libres y tranquilas, corromper a otras, destruir a casi todas, y hacer odiosa la Religión Cristiana a las que dejaran con vida, en vez de predicarles con el ejemplo. La conquista de las tres Américas de norte a sur y de oriente a poniente no ha sido, en resumidas cuentas, más que un asesinato por robo. En las praderas centrales de los Estados Unidos vagan errantes y diezmadas las tribus que han sobrevivido a la general ruina del Norte y antes habitaran las regiones de la costa: esas tribus reciben gozosas a los misioneros, y en cambio se irritan por la presencia de otro blanco. Este fenómeno es casi universal. Donde nosotros señalaríamos alguna nación que no puede civilizarse ni con misioneros y necesita una invasión extranjera y un poder de hierro para enderezarse, es en la parte meridional de Europa. ÙVolver

(5) No cabe decir lo mismo de la raza, porque es evidente que, extinguida ésta, queda extinguida su sociedad para ser reemplazada por otra. Si desapareciese nuestra raza de estas montañas, y en éstas y con el nombre de Euskeria se constituyese la confederación de sus seis estados parciales, y cada uno de éstos se estableciese con la respectiva tradición de nuestra raza, con nuestra lengua y hasta con nuestras costumbres y carácter, esta Euskeria no sería nuestra Patria, sino otra Euskeria diferente: extinguidos los miembros de una familia, extinguida queda la familia misma. Hablamos, pues, de nuestra Patria, y no de otra alguna. ÙVolver

(6) El santo Jesuita había ido a pie desde Loyola a Bergara por el monte de Elosua, llevándose a cuestas su modesto equipaje y vestido con un pobre manteo de riguroso invierno. (Adición de BASERRITARRA.) ÙVolver

(7) Ya en el hospital, donde se hospedaba, parece que le sintieron que siguió disciplinándose hasta las once. ÙVolver

(8) No sabemos el nombre de este valiente: lo demás, lo daríamos con mucho gusto a conocer al público. Los principales alborotadores eran padres de familia. ÙVolver